domingo, 27 de marzo de 2011

ENTREVISTA A FERNANDO CLEMOT EN LA REVISTA DE LETRAS ( 22/3/2011)

ENTREVISTA A FERNANDO CLEMOT EN LA REVISTA DE LETRAS (22/3/2011) A CARGO DE SERGI BELLVER
(http://www.revistadeletras.net)





Fernando Clemot (Barcelona, 1970) comenzó a darse a conocer para el lector a raíz de su libro de relatos Estancos del Chiado, primero gracias a una labor de trinchera a cargo de la pequeña editorial Paralelo Sur y poco después, con un salto cuantitativo, por la concesión del Premio Setenil, en cuyo palmarés figuran nombres como Alberto Méndez, Cristina Fernández Cubas, Sergi Pàmies y Óscar Esquivias. Clemot había obtenido por sus relatos galardones como el premio Kutxa Ciudad de San Sebastián y había quedado finalista del Hucha de Oro o La Felguera, entre otros muchos. En 2009 publicó en el sello Barataria su novela El golfo de los Poetas, finalista a su vez de los premios Ateneo de Sevilla y Logroño de Novela.

Colaborador asiduo en varias revistas literarias, el también filólogo, editor y profesor Fernando Clemot es una rara avis en el cuento español, pues recoge e interpreta la mejor tradición del relato europeo y permanece ligado a una estirpe de narradores más mediterránea que anglosajona. En su literatura, Clemot investiga en los procesos de la memoria y nos recuerda que debemos atesorar cada momento presente, pues está condenado a ser único. Desde Barcelona responde, honesto y sin artificios, a las preguntas que poco a poco van dibujando en este ciclo una suerte de mapa del cuento español contemporáneo.

¿Por qué el cuento, Fernando? ¿Qué te llevó a combinar en tu actividad como escritor la novela con el relato breve?

Llegué primero al cuento que a la novela. Fue de una forma casual, en un concurso de mi antiguo trabajo, y un poco tardía ya que no escribí ningún cuento antes de los veinticuatro años. En cuanto a compaginar novela con cuento no me crea ningún tipo de cambio en la forma de trabajar. El vehículo de la narrativa, como de la poesía, el ensayo o cualquier género literario, es la palabra. Esa es la herramienta. La única diferencia es la aplicación de las técnicas propias de cada género en el momento de creación, utilizar el ritmo propio de cada género y los recursos propios del mismo. Un lector de cuento no va a aceptar un mal principio de cuento ni tolerará barrigas en el desarrollo de la narración mientras que el lector de novela es más paciente, permite que desarrolles con mayor tranquilidad las tramas y derivadas de la acción principal.


Paradigma de lo que Juan Carlos Márquez llamó “generación Plica”, te has abierto camino por tu trabajo y sin padrinos. ¿Qué han significado en tu trayectoria los premios a tus textos, como el Kutxa Ciudad de San Sebastián o, en especial, la concesión del Premio Setenil a un libro como Estancos del Chiado, escrito y publicado desde el margen del mundo editorial?


La verdad es que ha sido así. No he tenido ninguna vinculación familiar, social o personal con el mundo literario o editorial hasta hace poco. No me siento mejor ni más orgulloso por ello, todo lo contrario, hubiera agradecido tener algún vínculo que allanara el camino.
Los escritores de la generación Plica, que tan bien definió Juan Carlos, nos fogueamos durante los años de formación en el mundillo de los concursos literarios. Supongo que en un primer momento de afirmación como escritor es útil esta vía; consideras que es un método “democrático” de poder entrar en el mundo editorial y afortunadamente hay un espacio no manchado de premios “cocinados” en la narrativa breve. También apartarse de los concursos literarios es una decisión que se ha de tomar en un momento u otro. Presentar cuentos de una forma sistemática a concursos hace que acabes repitiendo esquemas narrativos y temas que sabes que pueden gustar a los jurados. Acabas escribiendo relatos “concurseros” y puedes acabar convirtiendo lo que escribes en un mantra autocomplaciente.

¿Cómo ves el supuesto auge del cuento en España? ¿Crees que ese, a veces, raro ecosistema editorial y los medios están de veras por la labor? ¿Qué crees que podría y cabría hacerse (y si debe o no hacerse) para que el relato breve, definitivamente, recibiera atención como lenguaje literario a la altura de cualquier otro?

Creo que es un auge real y esperanzador. El género estuvo relegado al ostracismo durante décadas y parece que en los últimos diez o doce años se ha creado una nueva percepción e interés por el género. Parte de la culpa de este renacer lo tienen una serie de editoriales pequeñas y medianas que han apostado de forma definitiva por el cuento. Es aquí donde realmente se está fijando el futuro del cuento, en la apuesta de estas editoriales, muchas veces vocacionales, por autores que estábamos fuera del foco del gran público. En cuanto a las grandes editoriales es muy difícil que apuesten por proyectos de escritores que no tengan un nombre consolidado. Esperemos que finalmente el impulso de las pequeñas obligue a las grandes a realizar apuestas de riesgo pero soy muy escéptico respecto a esto. En cuanto al lenguaje literario aplicado al cuento no encuentro diferencias respecto a los otros géneros. Quizá debe limitarse la utilización de grandes descripciones o de cargas que eviten un desarrollo eficaz del relato. El relato se basa generalmente en un protagonista único que debemos conocer a través de sus actos, es un personaje en plena acción y lo debe ser desde la primera línea hasta la última. Debemos dibujar al personaje por sus acciones y su pensamiento más que por nuestras descripciones. Quizá esta sea una de las principales diferencias del cuento respecto a los otros géneros.

El espacio y, en cierto modo, el viaje (interior y exterior), tienen relevancia en tus libros. Tu novela en Barataria, El Golfo de los Poetas, es un buen ejemplo (Italia). Y en ocasiones, con Estancos del Chiado la cuestión se hace evidente (Portugal). Háblanos de cómo te planteas ese aspecto en tu narrativa.

Trato de no enfrentar a los personajes del cuento a contextos que me sean suficientemente familiares. Difícilmente situaría una novela o un cuento en Nueva York, Tokio o Acapulco ya que nunca he estado allí y son ámbitos que me resultan desconocidos y en los que no puedo identificar un paisaje o sensación. No me dicen nada personal, nada fuera del cliché. En este sentido creo en cierto sentido mediterráneo de la narración, algo más rica y sonora que los clásicos anglosajones, que se traslada también al paisaje. Mis personajes se suelen mover mejor en este medio, en un paisaje que me resulte cercano y amable.

¿Qué delata para ti a un buen cuento? ¿Cuál sería esa seña de identidad en tus mejores cuentos?

Un cuento, desde mi punto de vista, rondaría la excelencia cuando permite un final con varias lecturas, cuando no se queda únicamente en la descripción precisa de unos hechos o una vivencia. El gran cuento debe penetrar varios niveles en la percepción del lector, permitir a éste adivinar diversos finales o continuaciones de la trama, también el lector debería poder trazar su propio recorrido mental que le lleve a un final propio, abierto e incluso paradójico. En este sentido un cuento ideal debería revelar sentidos diferentes en cada uno de los lectores, conseguir conectar al lector con una realidad propia, a menudo subconsciente o no aflorada, y hacerla llegar más allá del tiempo de la lectura del mismo. Un gran cuento ha de ser la revelación para el lector de una realidad propia, un descubrimiento.

Háblanos de cómo vives el proceso creativo, de cómo te planteas el camino desde la idea inicial al texto definitivo, de cómo surgen tus textos. ¿Qué arranca el motor de la escritura en tu caso? ¿Una frase desencadena el resto? ¿Planificas todo con antelación, corriges a partir de un torrente inicial o cada relato te pide una estrategia distinta (ninguna, incluso)?


Pongo especial atención en los inicios de los cuentos o de los capítulos de la novela. Trato de transmitir verdad, también contundencia. Ese es el momento de crear un clima de complicidad con el lector, de cierta intimidad. El lector ha de seguir la narración como si se la estuviera contando un amigo, se ha de crear en los primeros párrafos ese clima de familiaridad íntima que he señalado.
Si se trata de un libro de cuentos con un eje temático muy definido la tarea es más complicada. Se ha de buscar con mucho cuidado una red de pequeños pespuntes que sujeten cada una de las narraciones y la relacione con las demás. Este tipo de libro de cuentos ha de ser un pequeño ecosistema en que cada una de las narraciones alimente y dé pistas sobre las demás. En cuanto a la forma de trabajar suelo escribir de tirón y luego corrijo bastante. Posiblemente disfruto en el proceso de corrección más que con la propia escritura. Me resulta un trabajo más placentero.

Aparte de las diferencias formales en cada caso, ¿cómo sabes cuándo una idea, una imagen o una frase te llevarán a escribir un cuento y no una novela?

Generalmente cuando la idea no se disipa con facilidad. Suelo apuntar las ideas en una libretilla y luego paso las ideas a un documento. Si al cabo de unas semanas sigue emanando algo de aquel primer apunte es un buen indicio de que la idea tenía fondo y posiblemente será atractiva dentro de un desarrollo narrativo.

Desde el inicio de este ciclo repito una pregunta que, de una manera curiosa, está produciendo dos interesantes grupos de respuestas. Hablo del supuesto salto generacional en el cuento español, una zona de penumbra en la que, salvo excepciones, veteranos y jóvenes no parecen compartir referencias ni se leen demasiado entre sí. ¿Crees que hay en nuestro país un espacio literario en blanco entre las nuevas generaciones y las anteriores?

Creo abiertamente en la necesidad de leer a los clásicos, sean de la novela, el pensamiento o del cuento. En mi caso buena parte de mis referentes, extranjeros y nacionales, no son de mi generación, ni siquiera de mi siglo. Por poner un ejemplo no creo que nadie haya escrito en lengua española con mayor calidad y recursos que Quevedo en Los sueños o Vida de Marco Bruto. Me gusta leer autores no contemporáneos y no creo que una carrera literaria pueda tener una base firme sin la lectura exhaustiva de los clásicos de la narrativa. En cuanto a lo de la zona de penumbra es cierto, en el cuento tal vez debido también a cierto abandono o poca atención sobre el género que hubo durante décadas.

Una de las editoriales españolas especializadas en el género, Menoscuarto, publicó el pasado año la antología Siglo XXI, para la que Fernando Valls y Gemma Pellicer seleccionaron tu trabajo. En 2011 también participas en otros proyectos colectivos, para editoriales como Escalera y Libros del Silencio. El Golfo de los Poetas te llevó a representar a España en el First Novel Festival de Budapest y has intervenido en festivales como I luoghi delle parole, en Italia. A raíz de esta mayor visibilidad, ¿recibes alguna respuesta de tus nuevos lectores o de otros autores, compañeros o no de antologías?

Tener visibilidad, se confiese o no, es una de las grandes preocupaciones de cualquier escritor aunque siempre se ha de evitar que no degenere en una búsqueda compulsiva de notoriedad. En mi caso esta visibilidad llegó con la concesión del premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España, al que le debo buena parte de lo bueno que vino después. A partir de entonces el libro cobró otra dimensión y pude compartir experiencias y sensaciones con muchos lectores, circunstancia que me ayudó sobremanera. Un libro que no lo lee nadie o no tiene repercusión impide esta conexión, sin duda enriquecedora. También me hizo especial ilusión representar a España en el First Novel Festival ya que el Ministerio de Cultura premiaba la que consideraba mejor primera novela de un autor español. Competía con autores a los que respeto y admiro con novelas excelentes. El hecho de que la novela se hubiera publicado en una editorial independiente como Barataria también me hizo sentir muy satisfecho ya que en cierta manera reconocía su apuesta y su trabajo.

Hablando de antologías, ¿te resulta complicado escribir por encargo sobre un tema?

Bastante. Trato de limitar mucho este tipo de trabajos y cuando los tengo que hacer trato de que entren en conexión de una forma profunda con mis intereses, con lo que tengo la necesidad de escribir.
Escribir una novela de encargo me resultaría absolutamente insoportable e incluso iría contra el sentido de lo que entiendo que tiene que ser el oficio.

¿Qué cuento crees que podría sorprender y conmover más a un lector que se acerque por primera vez a tu libro Estancos del Chiado? ¿Hay alguno que, a tu juicio, resuma con un efecto más claro tu poética personal en narrativa?

De Estancos los dos cuentos con los que me siento más identificado son El verano del cortapichas y Estancos del Chiado. En ambos el protagonista es un trasunto personal y me baso en experiencias personales filtradas y en algunos casos infectadas con historias que intuí o oí. Creo que en ambos relatos la voz es sincera, directa y puede emparentar al lector con el relato. No reniego del resto de relatos del libro, ni mucho menos, pero creo que en estos dos cuentos es donde sentí con mayor intensidad esa necesidad de asociar experiencia personal con literatura, de encontrar en lo personal, en la memoria, y no en lo anecdótico o en tramas externas, una vía para desarrollar una dialéctica propia.

La unidad en un libro de cuentos nace sobre todo de la propia escritura, de la voz del autor, aunque varíe de registro en cada relato. Estancos del Chiado es una compilación de cuentos premiados anteriormente y, por lo tanto, no partió de una idea unitaria previa, aunque luego destila un aroma general, cierta temperatura narrativa. ¿Qué piensas de este asunto? ¿Le pides como lector a un libro de cuentos un hilo conductor o te seduce (aparente o no) la anarquía?

Sí, Estancos del Chiado recoge relatos que van del año 1999 al 2005 y creo que por el camino hubo incluso cambios en mi sensibilidad sobre lo que debe ser un relato y lo que no. En este caso creo que el único vínculo se puede encontrar en cierto gusto por un lenguaje elaborado o rico. Jordi Gol, el editor de Paralelo Sur, supo encontrar cierta coherencia en la aparente anarquía del libro y creo que a él le debo también buena parte del éxito que tuvo después. Convirtió una recopilación de cuentos en un libro de cuentos. He de decir que me seducen más en los últimos tiempos libros donde haya algún nexo unificador de los cuentos. Cada cuento ha de poder funcionar de forma independiente, ha de tener una lectura exenta, pero a la vez ha de ser parte de un puzzle más grande, ha de crear un correlato con los otros cuentos del libro.

¿Qué te interesa o te llega más de un cuento, la emoción provocada, la idea contenida o la perfección formal? ¿Cuál de ellas te parece más importante en un buen cuento?

De todas las sensaciones que me señalas tal vez las que más valoro son la idea contenida en el texto y la perfección formal. Puedo admirar perfectamente un cuento que no desarrolle una gran historia pero que me traslade a cierto goce intelectual o estético. Algún cuento de Tabucchi en “Se está haciendo cada vez más tarde” serían una muestra de ello. Si este factor de goce estético se combina con una idea fuerza, una metáfora global que lleve a la apertura de una puerta hacia una reflexión personal o profunda, estaremos ante un cuento extraordinario.
En cuanto a las emociones desconfío de los relatos que encierran sorpresas o emboscadas, también de las emociones inmediatas. La búsqueda de emociones puede generar relatos tramposos o superfluos. Por poner un símil cinematográfico, buscando la emoción podríamos crear un Cinema Paradiso, de Tornatore, si buscamos la emoción podemos acabar creando un relato afectado, lleno de trampas y de ñoñería.

Impartes clases en el Laboratorio de Escritura de Barcelona y en la UAB, entre otros centros. Hago de abogado del Diablo y te pregunto, ¿no crees que el verdadero escritor ya entra en el aula como tal? ¿Se le puede enseñar algo de veras nuevo en los talleres, acaso a leer, a corregir, a hacer criba?

Creo en la utilidad de los talleres literarios, siempre que el docente tenga el bagaje suficiente, siempre que tenga algo que explicar y compartir. Estoy convencido de que el talento no se enseña, el que lo posee llega con él y que pueda desarrollar una carrera literaria no dependerá de lo que se pueda enseñar en un taller literario pero posiblemente sí que se lleve a cuestas algunos buenos consejos. Creo que la misión de los talleres ha de ser crear un gusto literario en el alumno, hacer crecer en él la atención al texto, orientarlo y estimularlo. También en muchos casos se pueden solventar tics y errores que de otra manera es difícil que se solucionarían y quedarían encubiertos por la crítica buenista que le pudieran dar las personas que le rodean. Desgraciadamente a los talleres literarios les ha hecho bastante daño cierto intrusismo. Creo que para impartir un taller hay que tener un bagaje literario amplio no únicamente recitar con soltura un temario bien aprendido.

Escribir cuentos requiere un especial trabajo de precisión y renuncia. Por razones parecidas, leer un buen cuento demanda una predisposición a lo que de tarea tiene la lectura. ¿Crees que el lector de cuentos es, en general, un lector más exigente? ¿Viene de ahí tal vez que el cuento, todavía hoy, parezca asunto de minorías inquietas?

El cuento literario tiene en la concisión y la repetición dos factores que lo diferencian al resto de géneros literarios. El cuento se alimenta en sí mismo, crece a base de repetir lo escrito anteriormente. También la forma de leer un cuento lo delimita: se suele leer de una vez, como la poesía, por lo que está sujeto a algunos recursos propios y únicos del cuento. No creo que haya un público especializado en cuentos, no creo que exista ese lector fuera de los críticos o los propios escritores de cuentos leyéndonos los unos a los otros para ensalzarnos o sacarnos las tripas.

Esta semana “la pregunta del lector” nos la envía un anónimo, aunque yo mismo tenía reservada una similar para cuando llegara el primer escritor nacido en Barcelona, al hilo de polémicas estériles sobre la lengua y recientes los libros de escritores como Juan Marsé. El anónimo dice (edito): “En Wikipedia hay un enlace a un vídeo tuyo en TV3, hablando en catalán. ¿Vas a escribir siempre en castellano?”

Creo que seguiré con el castellano. Me apena ser tan categórico. Me encanta la lengua y literatura catalana (aunque no creo que esté ésta en su mejor momento) y me gustaría poder moverme con la suficiente desenvoltura en ella. No creo que tenga el nivel lingüístico para poder escribir en catalán sin sentirme maniatado por un pensamiento que funciona, indefectiblemente, en lengua castellana.

Eres lector que bebe de diversas fuentes. Para atestiguarlo ahí está tu trabajo como antólogo, En la frontera. I megliori racconti della letteratura chicana, con el gran Rolando Hinojosa, entre otros, y publicado en Italia. Además de la italiana, también las literaturas rusa, francesa y portuguesa te han aportado mucho. Y los norteamericanos, claro, como Carver (Raymond, no ahora Leo, el protagonista de El Golfo de los Poetas). ¿Qué huellas e influencias literarias de autores concretos (en especial de relato breve) podríamos rastrear en tus propios cuentos?

En el caso de En la frontera fue un trabajo de encargo para una editorial italiana (Gran Vía) y me gustó poder colaborar en el conocimiento de una narrativa nueva como la chicana, una literatura en proceso de crecimiento y reconocimiento pero que ofrece ya autores de primer nivel como Hinojosa , Sandra Cisneros, Norma Elia Cantú o Miguel Méndez. En cuanto a mis referentes he de decir que en general siempre me he fijado más en autores de literaturas próximas como la italiana, portuguesa o francesa que en los anglosajones. Dicho esto destaco algunas influencias, también de autores norteamericanos, como pueden ser Salinger, Capote, Fante o Foster Wallace pero quizá serían a los que me siento más ligado Moravia, Tabucchi, Perec, Bulgákov, Eça, Lispector, Lobo Antunes, Cortázar, Barthes o Bataille. De los españoles me quedaría con Aldecoa, Umbral, Baroja, Vila-Matas, Marías y Cela.

¿Qué autores de relatos (españoles, latinoamericanos o de cualquier otro lado) te parecen más destacables en los últimos años? ¿Qué libros de cuentos más o menos recientes te han dado mayores alegrías como lector?

Podría citar a muchos pero por señalar algunos me quedo con Eloy Tizón, Menéndez Salmón, Óscar Esquivias o Juan Carlos Márquez. También me interesa mucho lo que puedan publicar Eduardo Halfón, Ester García Llovet, Andrés Neuman, Jon Bilbao, Cristina Cerrada o Matías Candeira. Me parecieron muy prometedores también los libros de Miguel Serrano Larraz y Carlos Frühbeck. En literatura portuguesa contemporánea, aunque no sean cultivadores de narrativa breve, sigo a Peixoto y Valter Hugo Mãe. Este último es un descubrimiento reciente.

¿Qué obsesiones personales crees que has convertido en literatura más a menudo?

Posiblemente la memoria y sus laberintos es el punto central de lo que he escrito recientemente. El proceso que conecta lo cotidiano con la memoria me parece uno de los grandes temas en los que fijar la atención desde la literatura. Hay un campo muy extenso y apasionante: la recreación de estos recuerdos, el campo insondable de los recuerdos no aflorados, los engaños de la memoria, la mención y redescubrimiento de lo oído y lo observado… No quiere decir que siempre escriba sobre ello pero en este momento la plasmación de este mecanismo me tiene muy ocupado. Por no citar sólo una obsesión, creo que tengo muchas, también me preocupa la repetición de las formas de la naturaleza en la tierra, en las obras humanas, en el cuerpo, en cualquier objeto.

¿Tienes algún proyecto literario concreto en este momento?

Tengo una novela y un libro de cuentos que espero que vean la luz en breve. El libro de cuentos se llama “Safaris inolvidables” y plasmará algo de las inquietudes que he señalado en la pregunta anterior: memoria y repetición de formas.

Sergi Bellver
sergibellver.blogspot.com

lunes, 7 de marzo de 2011

ARTÍCULO DE SERGI BELLVER SOBRE EL CUENTO ESPAÑOL CONTEMPORÁNEO EN LA REVISTA "TIEMPO" (25/2/11)


El cuento español contemporáneo se acerca a su madurez. Se publican más libros de relatos que nunca y los escritores españoles trabajan cada vez más y mejor el cuento, un género literario que pide ser descubierto y disfrutado por un lector atento y sin prejuicios.


Sergi Bellver

El cuento español vive un momento de bonanza editorial en lo que llevamos de siglo. Nuestros escritores están revitalizando el cuento, un fenómeno literario que recoge la tradición a partir de grandes maestros como Chéjov o Poe y que pasa por referentes más recientes como Carver o Cortázar. Los autores que mejor trabajan hoy el relato breve en nuestro país son deudores de esas dos grandes corrientes que podríamos ver, a grandes rasgos, como una cuerda naturalista por un lado y, por otro, como una grieta que cuestiona lo real.

Tras cultivadores del relato breve como Ignacio Aldecoa, Francisco Ayala o Max Aub, nuestra historia reciente del cuento dicta nombres que aún hoy nos ofrecen algunos de sus mejores títulos. Juan Eduardo Zúñiga, el autor que (junto a Alberto Méndez en Los girasoles ciegos) abordó mejor el manido tema de la guerra civil en Largo noviembre de Madrid (1980), ha publicado Brillan monedas oxidadas. Ana María Matute, autora de libros de relatos como Los niños tontos (1956), recibió en 2010 el Premio Cervantes. Cristina Fernández Cubas, que deslumbró a la crítica con Mi hermana Elba (1981), ganó el Premio Setenil en 2006 con Parientes pobres del Diablo. José María Merino, uno de los mayores especialistas del género, prepara para este 2011 un libro de relatos en el que experimenta con nuevas formas. Medardo Fraile, maestro de tantos cuentistas, vio en Escritura y verdad (2004) la edición de sus cuentos completos y acaba de publicar Antes del futuro imperfecto. En resumen, quienes han tratado el cuento con criterio y ambición literaria permanecen fieles a esta forma, que requiere un trabajo minucioso y atento, pero que también depara sorpresas y alguna que otra revelación.

Breve, pero no simple

Escribir cuentos es, entre otras cosas, una renuncia al exceso y al camino fácil. Un buen cuento demanda también la implicación del lector en su tarea. Al lector de cuentos no le basta con seguir un argumento en su trayecto diario en metro, como sucede con la narrativa más simple, sino que tras cada relato queda suspendido todavía en el efecto de lo que estaba sumergido bajo la superficie del cuento. Tal vez por ello el relato breve no lo tuvo fácil con los editores, quienes no terminaban de apostar por él, debido a la escasa cultura lectora que, mal que nos pese, sigue padeciendo España. El propio Medardo Fraile, para quien “leer cuentos no es leer novelas” reconoce que necesitamos “una reforma duradera, disciplinada y seria en la enseñanza, a todos los niveles”. Para que el cuento alcance en España su excelencia convienen varias estrategias que se dan desde hace tiempo, por ejemplo, en el mundo anglosajón. El cuento comenzó a resurgir aquí gracias a una guerra de trinchera, llevada a cabo por varias editoriales independientes y una red de revistas digitales y blogs como, entre otros, El Síndrome Chéjov, del escritor almeriense Miguel Ángel Muñoz. Sin embargo, se echa en falta todavía una crítica especializada en el cuento que disponga de un espacio continuo en los medios. También alguna revista seria que, más allá del triste cuento de compromiso en suplementos, trate el relato breve con mayor rigor y, al modo de Harper's o The New Yorker,

Pero ahora que las cosas parecen cambiar, la militancia del cuento ha de liberarse también de prejuicios y aceptar que de vez en cuando un novelista o un poeta pueden recorrer el camino contrario a la inercia habitual (la que contempla erróneamente el cuento como campo de pruebas del novelista, salvo excepciones como las de Millás, Marías, Vila-Matas o Menéndez Salmón, que sí atinan con el relato breve), tomarse en serio el cuento y acertar. Dos ejemplos: el poeta Carlos Marzal y su nuevo libro de relatos en Tusquets, Los pobres desgraciados hijos de perra (2010), o el escritor Julio Llamazares, que acaba de publicar en Alfaguara Tanta pasión para nada, una recopilación de sus últimos cuentos.

León es cuna de la tradición oral del filandón y territorio de narradores como el mencionado Merino, el gran Antonio Pereira o Pablo Andrés Escapa. Desde esa sana periferia, el autor de novelas como La lluvia amarilla (1988), que ya abordó el relato con En mitad de ninguna parte (1995), señala que en este tiempo en el que “los escaparates de las librerías están llenos de libros de autoayuda y de novelas de entretenimiento, quizá parezca un error de bulto perseverar en el nihilismo, por más que sea una seña de identidad poética personal”. Tal vez el cuento nada a contracorriente y provoca en sus mejores autores un rechazo al adocenamiento.



El cuento del siglo XXI

Tras la llamada Generación del Medio Siglo, el cuento conoció horas más bajas y sólo algunas obras esporádicas mantenían su aliento. Más tarde, los nuevos cuentistas españoles revivieron con piezas clave que, sin embargo, no bebían directamente de las generaciones anteriores. Eso produjo una suerte de espacio en blanco y, salvo importantes excepciones, las referencias vendrían de los grandes cuentistas norteamericanos (Carver, Ford, Cheever, Capote y Shepard), gracias a catálogos como el de Anagrama, y también de la tradición europea, empezando por Kafka. Así, Quim Monzó, heredero de Pere Calders, o el incomparable Eloy Tizón iban a convertirse en el paso de los 80 a los 90 en dos de las cabezas de puente de la regeneración del cuento en nuestro país. A renglón seguido vendrían libros extraordinarios como Historias mínimas (1988), de Javier Tomeo; Días extraños (1994), de Ray Loriga; El que apaga la luz (1994), de Juan Bonilla; El fin de los buenos tiempos (1994), de Ignacio Martínez de Pisón; El aburrimiento, Lester (1996), de Hipólito G. Navarro y Frío de vivir (1997), de Carlos Castán, entre otros muchos.

A partir de ese caldo de cultivo previo y gracias a expertos como Andrés Neuman o Fernando Valls y sus antologías Pequeñas resistencias 5 y Siglo XXI (publicadas respectivamente por las dos editoriales más especializadas en el cuento, Páginas de Espuma y Menoscuarto), y también a la labor de otros sellos independientes como Salto de Página, Tropo, Lengua de Trapo o Ediciones del Viento, el lector español tiene a su alcance una extensa nómina de cuentistas. Autores que trabajan las cuerdas fundamentales del cuento (Óscar Esquivias, Fernando Clemot, Iban Zaldua o Javier Sáez de Ibarra) o investigan en las grietas que pueden socavar el sentido de lo real (Juan Carlos Márquez, Víctor García Antón, Fernando Cañero o Jordi Puntí). Cuentistas que tocan lo fantástico y lo insólito (Ángel Olgoso, Pilar Pedraza, Félix J. Palma o Manuel Moyano) o que inscriben en el cuento su condición femenina sin hacer “literatura de mujeres” (Cristina Cerrada, Inés Mendoza, Sara Mesa o Eider Rodríguez). Autores latinoamericanos que también construyen el cuento español (Fernando Iwasaki, Norberto Luis Romero, Santiago Roncagliolo, Eduardo Halfon o Ronaldo Menéndez) y autores españoles que desconstruyen lo formal (Eloy Fernández Porta, Vicente Luis Mora, Juan Franciso Ferré o Manuel Vilas).

Esta tremenda diversidad y efervescencia literaria garantizan, más que nunca, que el lector dispuesto se contagie, como de la fiebre más bella, de la buena salud del cuento español contemporáneo.

(ARTÍCULO COMPLETO EN LA PÁGINA)
DE SERGI BELLVER