domingo, 28 de febrero de 2010

"EL VERANO DEL CORTAPICHAS" RELATO DE FERNANDO CLEMOT


EL VERANO DEL CORTAPICHAS


“La juventud no puede soportarse sin un ideal o un vicio”

Alejandro Dumas


-¿Qué es?
Y por la mueca cruel de Mauri ya me figuré que nada bueno. El insecto se retorcía, intuía el peligro, buscaba refugio en las rebabas de cemento de aquella escombrera.
- Es un cortapichas – lo amenazaba con un palo de madera tanteando el momento de despanzurrarlo -. Si te lo acercara allí seguro que te daba un buen mordisco.
Con los años supe que también se le podía llamar cortapicos, como supe otras tantas cosas más, pero en aquel instante me sentí amenazado por aquel insecto, me imaginé un dolor quirúrgico y profundo, de carne tajada y sangre, igual al de mi reciente operación de fimosis, un par de meses atrás. Mi madre andaba todavía a vueltas con aquello y cuando entraba en la ducha me hundía un par de palmos en el agua, hay que sacar el sapito, que si no te lo volverán a cortar, pero el sapito no salía, palpitaba su cabecita gorda plegada entre acordeones de piel, estaba pálido y asustado todavía por la operación. Recuerdo bien el día fatídico, fuimos en coche, iba animado porque a mi hermano mayor también se la hacían y según todas las opiniones le tenía que doler más que a mí. Luego supe que era mentira, a mí también me dolió mucho, me tiraban con fuerza los puntos y me escoció al orinar durante días; poco importó entonces el dolor de mi hermano, pasé vergüenza una larga temporada ante cualquier pregunta relacionada con aquello.
Era mi yo-niño un personaje extraño y timorato, ante cualquier imprevisto me estallaba el rubor en la cara, como en las fotos de la primera comunión, rehuía las niñas presa del pánico, lloraba, era callado y responsable y solía estar en casa antes de las ocho de la tarde. Era por aquel entonces un modelo para mis padres pero un niño raro para mis compañeros de juego. Desconfiaba de todo lo nuevo, la vida y el mundo eran como esos globos vacíos de las cartas de navegar medievales, terra incógnita, suelen rezar, desconfiaba de aquella tierra indómita, de todo, como lo hacía ahora de aquella nueva amenaza: había pasado ya suficientes apuros como para que ahora me atemorizara aquel insecto con cola de cascanueces.
Le acercó la rama Mauri, lo azuzaba y el cortapichas daba vueltas histéricas sobre las hojas de una contraventana, estaba cerca, era un insecto horrible, sin ojos y apenas unas breves antenas rojizas antes de coronar sus fieros alicates. Era el animal más desagradable que había conocido, cada edad tiene sus temores y luego vendrían las orugas y las hormigas de cabeza roja, las maté a centenares, hasta con pólvora en improvisados holocaustos; con el tiempo también me tendría que crecer cierta fobia al lustre de las babosas y al a los ojos hinchados de reventón del insecto palo.
Pero aquel fue el tiempo del cortapichas, de la “terra incógnita”, recuerdo que recogíamos maderas para San Juan por las casas, en unos desmontes cercanos al barrio donde competíamos por cualquier ventana descerrajada con los chicos de los Pisos Rosas. Hoy hay alguna fábrica allí, cubre aquel terreno el asfalto de un aparcamiento y un par de campos de fútbol pero entonces había una hilera de casas de gitanos rodeados de basura y matojos. Cruzábamos a menudo la calle que separaba la civilización de aquel terregal inhóspito en busca de madera, de aventuras que sólo habíamos vivido a través de los libros con ilustraciones cada tres páginas, porque era aquella tierra nuestro reino de los peligros, como los que sobrevolaban en “Cinco semanas en globo”, o las selvas que atravesaban Quatermayn o los cazadores del Capitán Gilson, un lugar igualmente fiero, cuyo nombre estaba casi prohibido aunque no hubiera más de doscientos metros hasta nuestras casas. En cuanto pasabas la carretera entrabas a un camino de zarzas y quedaban a la izquierda las colinas de aquel basurero infecto, la “Montañeta” le llamábamos, allí descargaban todas las obras de la zona, había restos de tapia, de comedores, cubos de brea y electrodomésticos, llegaban los coches furtivos desde los barrios vecinos a dejar allí un sofá o una caja de cortes de azulejos que habían sobrado de una obra. A los pocos meses la naturaleza fértil del desmonte y la rapiña de gitanos y traperos lo había confundido todo, entraban los hierbajos por el costillar de los muebles, desgarraba el escay cualquier hierro oxidado y todo se convertía en una alfombra de tierra, herbáceas y tochos reventados.
Debía habitar el cortapichas únicamente en aquel lugar, nunca volví a encontrarlo en ningún otro sitio, ni siquiera de adulto, en vertederos más extensos y desolados que aquel he vuelto a descubrir su pinza. El yermo de la Montañeta debía reunir las condiciones perfectas para aquel endeble primo del escorpión y el alacrán; en aquellas colinas blancas de yeso y cascotes se sentía debía sentir el rey de un universo perfecto de rigores, que los había de todo tipo en aquellas colinas malditas; tablas puntiagudas y hierros que brotaban de las vigas como los dedos de un muerto, clavos oxidados a centenares, retorcidos y afilados, inútiles y grapados a su madera, tiesos como vara de santo y doblados en forma de garfio. Hacia la baranda del río los últimos derrumbes cercaban las chabolas de los gitanos y a menudo imaginé sus tejados de Uralita llenos de cortapichas, quizá incluso en sus calderos oscuros se habría colado alguno y estaría cociéndose junto a los recortes de costilla y gallina, hundiéndose lento en aquella sopa pobre. La primera vez que sentí compasión por los gitanos fue cuando los vi comer; todos juntos con sus escudillas, sin mesa, sin muebles ni televisiones, sin neveras que abrir ni bandejas que limpiar en una pica inmunda. No cantaban ni reían entonces, nadie tocaba las palmas: no hay lugar más triste que una mesa ya que es frente a ella cuando el entendimiento recorre todas sus miserias, allí el pobre entiende toda su condición y el solitario añora todas sus amistades.
Nunca nos acercábamos a aquellas casas, estábamos advertidos contra las malicias que nos podían hacer, eran más vivos que nosotros, ellos trapicheaban con hierros desde antes de que llegáramos los de los pisos y ellas se casaban siendo niñas, con la primera regla, y empezaban a tener hijos, sin respetar siquiera los descansos. Se escandalizaba mi madre y las vecinas pero yo no entendía nada, como un chiste que contó mi padre cierta vez y mencionaba la palabra purgaciones, me lo intentó explicar, íbamos en el coche camino de la playa, pero tampoco lo pude comprender. Se reía y miraba hacia el asiento trasero por el retrovisor, le debía agradar que fuera todavía tan crío, sólo lo entendería todo después, cuando dejé caer las siguiente piezas de mi inocencia.
Pero advertidos o no los gitanos estaban allí y nos saludábamos de lejos, con la mirada distante, tratábamos de no relacionarnos con ellos aunque de nombre conociéramos a la mayoría. Debían ser unos quince o veinte y su patriarca se llamaba Juan, tenía las patillas muy pobladas y mi padre y los vecinos siempre hablaron bien de él, de su hijo no tanto, más desarreglado que el padre, le llamaba todo el mundo Tarzán y tenía fama de vago. También estaban Valentín, el guapo, y otro gitano de rostro torvo al que llamaban el Mulé, andaba sucio y desafiante, la chaqueta a los hombros y la camisa abierta con trallas de plata, lo temían como al hambre en todos los bares y se contaba que había matado a otro gitano y lo había tirado al río desde el puente del Molinet. A menudo desfilaban todos juntos, hacían el largo de la calle principal del barrio con su carro hecho de palés y ruedas de motocicleta, rebosante de hojalatas y colchones de muelles blandos, al gobierno del carromato Juan y los otros gitanos detrás tocando las palmas, quizá cantaban para demostrar que poco les importaba que la gente les escondiera la cara, las mujeres detrás, junto a una cohorte de perros y niños que rodeaban al bueno del gitano Juan como si fuera la guardia de un rey Poro.
El verano del cortapichas, sin duda el tiempo es también un insecto paciente, teje lento con su pico de araña, trama su pátina blanca alrededor del recuerdo hasta que deja una película que emborrona la memoria, se nos atora cualquier imagen, como si removiéramos un agua estancada y el légamo enturbiara el reflejo, esa imagen morosa que se apaga. No hay mejor forma de regurgitar estos recuerdos que una bisagra nos los traiga, creo que hay bisagras en el tiempo, imágenes-quicio, puertas de hojas dobles que nos traen a la memoria una situación paralela del pasado. Bastaría con que observara el fuego de cualquier hoguera para que esta imagen bisagra me trajera el mi último San Juan, aquel verano, creo que no llegamos siquiera a poder encenderla aquel año, lo que no nos robaron los de los Pisos Rosas se lo llevaron los del Ayuntamiento que debían hacer una batida contra las hogueras ilegales. Se lo llevaron todo, con nosotros allí plantados, viendo como lo montaban pieza a pieza en un volquete, incluso subieron una escalera que quería mi padre y por la que se había peleado con un vecino poco antes. Mi padre estaba furioso, la escalera apetecida rebotó contra los otros muebles, sonaron sus huesos escañados como los de un hombre muy flaco al que se le sacude, y aquel estertor de fracaso retumbó en nuestros oídos durante años, puede que su eco todavía lo encuentre ahora.
Fue aquel verano de mis últimas hogueras también en el que enterré mi primera inocencia. Es la inocencia un gigante de juguete al se le van cayendo las piezas, y algunas de ellas debieron quedar allí, en aquel desmonte de cascotes y hierros negros; como en otros tres o cuatro sitios más tarde, mi inocencia, como la de cualquiera, reposa repartida en varios sepulcros, como el cadáver de Napoleón en los Inválidos. De aquel verano del cortapichas ha quedado un reflejo fuerte, con poca pátina y por eso se aviva enseguida, basta frotarlo un poco, encuentro fácilmente una imagen bisagra, como cuando observo niños y niñas enredados en un mismo juego vuelven también mis primeros brillos del sexo, los de aquel tiempo temprano en que fui enterrando temores. No sé si fue aquel verano también o hacia Navidad, aunque más bien lo segundo porque con buen tiempo solíamos jugar en la calle y no en las casas.
Nuestro lugar de juegos era un patio interior que cerraban tres enormes bloques de pisos, flameaban los parches de los balcones y las ropas tendidas. En aquel espacio jugábamos a fútbol, a matar, a pichi y a dar vueltas al polígono con la bicicleta. Estaba lleno el patio de agujeros y las porterías de fútbol eran dos socavones en los que dejábamos unas marcas de piedra. Solíamos acabar corriendo tras algún balonazo a las persianas de las galerías Darsa, un rimbombante nombre para unas tienduchas llenas de polvo y pintadas. Eran las galerías de planta cuadrada como una caja de cerillas, con unas claraboyas de plástico en forma de burbuja en el tejado; eran enigmáticos aquellos ventanales, como los que en la televisión se veía en algunas instalaciones submarinas o en las construcciones del desierto. A menudo se colaban balones en aquel tejado plano y la mayor excitación de subirse era poder mirar a través de aquellos ojos de buey. Se veían tristes aquellos comercios desde arriba, te envolvía una capa melancolía mientras observabas al tendero de bata azul frente a su vacío mostrador de fórmica. El que tenía más movimiento era un pequeño supermercado con dos hileras de víveres y una ruidosa nevera de madera a la salida, era amplia como un armario ropero y tenía unos gruesos cierres de metal que siempre me llamaron la atención, su sonido de cofre al cerrarse, el extraño mecanismo del frío que congelaba a veces los refrescos hasta dejarlos de una pieza, no lo dejes abierto, decía siempre la mujer que cobraba, salías con tu polín de limón congelado mientras fuera uno de los tenderos subía paquetes de sopa por las terrazas, con una cuerda y una cestilla de mimbre.
A aquel tejadillo, a mirar por las claraboyas, subí alguna vez con las Gemelas, Mari Ángeles y Luisa, las vecinas del primero segunda, las únicas mujeres con las que me relacionaba con normalidad en aquellos años, seguía siendo un cuajo de crío y la inocencia era un mecano inamovible que avanzaba detrás de mí como una sombra. Con ellas llegó el despertar del deseo y temblaron todas aquellas piezas, con ellas llegaron los primeros besos, acaricié a mi primera mujer y supe lo bueno y lo malo que me podían deparar aquellos derroteros...
Puede que todo sucediera en Navidad, estaba en casa de las Gemelas con Mauri que sabía de aquellas lides el doble que yo; solíamos jugar a peluqueros, o masajistas, y puede que aquel entretenimiento primero provocara el siguiente. Luisa, la más despierta, nos dijo que saliéramos de la habitación y que sólo entráramos cuando ella avisara. Salimos y esperamos fuera temblando de puro deseo; al volver el cuarto estaba a oscuras y sobre la cama estaban ellas con un cartel de cartón que rezaba “toque donde quiera”. Debía pellizcarme para creerlo, estaban allí tendidas sólo con un maillot, con su briosa melena negra, inmóviles, escondían en sus cuerpos ya de mujeres el secreto de todo. Los padres no tardaron en llegar y aunque el juego ya había acabado debieron notar la turbación en nuestros rostros. No pudimos volver a subir a aquel piso, y menos a solas con ellas. Después sólo recuerdo retazos de aquellas chicas, supe que a su padre le gustaba entrar a la habitación a probarles los sujetadores, recuerdo a su madre llorando en casa, contándole avergonzada aquello a mi madre, Manuel bebe mucho, lo recuerdo siempre tumbado en el sofá, discutiendo sobre Carrillo y Comisiones Obreras con mi padre, eran del sur, de Barcarrota en Extremadura y siempre hablaba de su pueblo como si allí hubiera dejado media vida. Al poco tiempo volvieron allí, la vida en la ciudad no debía probarles.
Yo hasta entonces había sido muy frugal por lo que me llegó aquel hambre nueva en forma de pulsiones extrañas, como un escalofrío que me atraía pero cuyas leyes no acertaba a discernir. Al mismo tiempo otras contradicciones se agitaban en mi seno; es tiempo de brillos y miedos la niñez y juventud, es una galerna dolorosa de la que se puede salir mal parado, y en mis miedos estaba la idea de que la operación de fimosis había dejado secuelas. Suponía que habría quedado impotente o castrado y jamás podría tener una relación sexual normal, me sentía manchado, aquella operación había tenido algo de anormal y diabólico, nadie hablaba de aquello, sólo me había pasado a mí y la pinza de aquel condenado insecto no hacía sino recordarme el bisturí, la punción, las semanas con los puntos.
Arrastró el palo de Mauri el cuerpo del cortapichas casi un palmo, se fue deshaciendo su diminuta coraza en cada una de las aristas del cemento hasta que sólo quedó un suave rastro encarnado, como la cola de un cometa. Noté una curiosa sensación de alivio, como si el bisturí que me amenazó en la operación dejara de tajar la carne, se había parado y retrocedía. No sentía apuro por aquella pequeña crueldad, era una entre tantas. Está la niñez plagada de diminutos crímenes que arrastraremos siempre, quién no pegó a cualquier infeliz y le escupió luego, por qué fuimos crueles con un perro o una cucaracha por mera curiosidad.
Nada bueno me traen los recuerdos bisagra. Se apagó el tiempo de los piropos. Es una pátina fría la de aquel tiempo, el verano del cortapichas y el invierno que vino después huelen a tierra húmeda de sepulcro, a las velas de Todos los Santos por los que faltan, a enfermedad, al agujero en que enterré mi primera y mi segunda inocencia. Deben estar dormidas las dos en su sarcófago de madera, con cierres que suenan a cofre, como los de Napoleón, como los de la nevera de las galerías Darsa, se ríen las dos y a la que es un muñeco de mecano se le cae un brazo, se desternillan y se mueven juntitas, de tanto reír a la flaca escalera le castañean los huesos tiesos de puro invierno.


"El verano del cortapichas" es un relato del libro "Estancos del Chiado" (Paralelo Sur, 2009) que recibió el premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España.


jueves, 25 de febrero de 2010

EL CANTO DE LAS BALLENAS


EL CANTO DE LAS BALLENAS

Es un canto misterioso que se puede escuchar a más de 30 kilómetros del lugar donde se produce. A veces suena como el maullido de un gato y otras como un becerro o un ciervo. Puede durar horas esta forma de comunicación. En este caso se trata de ballenas yubarta, que viven en el Ártico.

http://www.youtube.com/watch?v=WabT1L-nN-E&feature=channel

sábado, 20 de febrero de 2010

ORIÓN EN EL CIELO DE INVIERNO

Foto general de la constelación de Orión

La contemplación de Orión (el Cazador), la más magnífica de las constelaciones, es el mejor espectáculo que podemos observar en nuestras latitudes en estos primeros meses del año. La constelación es muy visible desde las primeras horas del anochecer hasta el amanecer, dominando la región sur-suroeste del cielo, siempre por encima de Sirio, la estrella más brillante.
No es Orión la constelación más notable por su tamaño ( ocupa el puesto 26 en esa escala y únicamente 594 grados del arco celeste) si no por la magnificencia de lo que podemos observar dentro de ella, muchas veces a simple vista o con unos prismáticos sencillos. Ninguna parte del cielo nos ofrece más por menos.
El relieve inconfundible de Orión está formado por siete estrellas que delimitan sus límites y
entre las que destacamos los siguientes puntos:
Betelgeuse: En la foto superior es la estrella rojiza que cierra el dibujo por la izquierda. Es una supergigante roja que está a 430 años-luz. Betelgeuse es un nombre árabe que hace alusión a la mano del cazador.
Rígel: Es la estrella azulada de la parte inferior de la foto. Es una supergigante blanco-azulada que tiene unas 40 veces el tamaño del Sol y cuya luminosidad es 57 000 veces superior a la de nuestra estrella. Rígel es la séptima estrella más brillante del cielo.
Foto: Vista de la región M42 (Nebulosa de Orión)

El cinturón de Orión: Una de las partes más llamativas de la constelación y gracias a la que la localizamos con gran facilidad. Trazan una línea recta tres estrellas de parecidas características a la vista llamadas Mintaka, Alnilam y Alnitak. La más llamativa es Alnilam, una supergigante joven de magnitud 1,7 y con una luminosidad real superior unas 40 000 veces a la del Sol. El nombre de Alnilam proviene del árabe y significa "el collar de perlas" ( Al-nitham)
La Gran Nebulosa de Orión (M42): Esta nube de gas resplandeciente e irregular es uno de los objetos más bellos del cielo y es el objeto celeste más lejano que podemos observar a simple vista ya que está a 1700 años luz. Se cree que tiene un diámetro de 30 años luz y hay docenas de estrellas variables dentro de ella. Fue vista por primera vez con telescopio por el astrónomo italiano Peiresc en 1611. La nebulosa está llena de espirales formadas por remolinos de gas y es una visión a la que los aficionados a la astronomía volverán de forma continua.

miércoles, 17 de febrero de 2010

POEMAS DE PEDRO LUIS CANO





POEMAS DE PEDRO LUIS CANO


Para todos

La vida:
a puerta gayola la luz.
Esa es la cara.
Un resplandor lleno de voces
que se dividen despertando el palpitar de los sueños.
(Narciso mira al agua pero qué ve)
Aunque para qué reflexionar cuando se pueden
barajar las cartas.
Es el recuerdo quien evoca la ilusión de la existencia.
(Hay que buscar el talismán)
Oíd:
un gallo canta en la madrugada.

De "Con ojos de perro" ( "La sombra prestada": Paralelo Sur Ed. 2006)

Tabaco, alcohol y líneas blancas
para el hijo de la grandísima.
Oscuridad atea.
Unos perros fornican mientras alguien sueña con su presa.

Soy feliz sin paredes y con mis amigos muertos.
Todos juntos
caminando descalzos sobre lagunas de luces.

Nunca estoy solo
pues soy el prisionero de un perro que lame mi sangre.

De "Perros" ( "La sombra prestada": Paralelo Sur Ed.2006)

A Georg Trakl

Tus pertenencias. Las alas de los insectos.
Aprender a hacer la guerra con una pluma en la mano.
Cuídate, te diría alguien...La vida sigue delante
de la palabra.
Cuídate. Todavía silba la hierba silvestre. El aire sigue
soleado. Se asignan espacios para los papeles
en los estantes ataviados de palabra,
donde están los gritos moribundos de los
hombres torturados.
Cada día los niños apedrean las estrellas ( pasa una
mariposa violeta) Todo se concierta en un vacío
lleno de voces perdidas. Hay ahogados antes de
nacer, pero qué importa el armazón de alambre.
El cielo sigue imperturbable en su juego de luz y
sombras, burlándose de los profetas.
Cuídate...

De "El carnaval de los hombres grises" (Paralelo Sur Ed.2008)

Pedro Luis Cano ( Jaén, 1956) Hijo de emigrantes, desde 1964 vive en Catalunya. Autodidacta y fiel observador de lo que le rodea. Ha ejercido diversos oficios destacando en los últimos años como productor musical y letrista. Ha publicado los poemarios Viaje al estanque de los peces dorados ( La Garúa, 2003), La sombra prestada (Paralelo Sur, 2006) y El carnaval de los hombres grises ( Paralelo Sur, 2008)

martes, 16 de febrero de 2010

NUEVO NÚMERO DE LA REVISTA CALIDOSCOPIO



NUEVO NÚMERO DE LA REVISTA CALIDOSCOPIO (37-2010)

Ha aparecido un nuevo número de la revista Calidoscopio con contenidos muy interesantes sobre arte y literatura.Puedes entrar en su página en el siguiente enlace.
http://calidoscopio.net/index.htm

domingo, 14 de febrero de 2010

VIRUTAS DE MODERNIDAD (II): ANTONIO SAURA




ANTONIO SAURA (1930-1998)
Antonio Saura creció durante la Guerra Civil Española en Madrid, Valencia y Barcelona. Debido a una tuberculosis que lo mantuvo cinco años en cama a partir de 1943, empezó a pintar y a escribir en 1947.
Sin educación académica, comienza su carrera artística como autodidacta. Expone por primera vez en 1950 en la librería Libros de Zaragoza y después en la librería Buchholz de Madrid donde en 1952 presenta sus primeras pinturas oníricas y surrealistas. Tras su traslado a París de 1954 a 1956, se suma en un primer tiempo al Surrealismo, movimiento del que se distancia rápidamente.
Inicia trabajos experimentales en series que titula "Fenómenos" y "Grattages". En 1954, abandona la abstracción. Ese mismo año se casa con Gunhild Madeleine Augot. En 1956 realiza sus primeras pinturas en blanco y negro a partir de la estructura del cuerpo femenino.
Tras su vuelta a España funda junto con otros artistas el grupo El Paso (1957-1959). Expone por primera vez en París en la Galería Stadler en 1957. El año siguiente, 1958, participa junto con Antoni Tàpies y Eduardo Chillida en la Bienal de Venecia y en 1959 es invitado a la segunda edición de Documenta en Kassel (Alemania). En 1958 pinta sus primeros "Retratos Imaginarios" en los cuales hacen su aparición la serie "Brigitte Bardot". Entre 1957 y 1960 realiza varias series de pinturas de gran formato cuyos temas serán recurrentes a lo largo de su obra: "Crucifixiones". "Sudarios", "Retrato", "Retratos imaginarios", "Desnudos", "Desnudos-Paisaje", "Curas" , "El Perro de Goya" y "Multitudes". En 1958 inicia, con una serie de litografías titulada "Pintiquiniestras", la que será una fértil obra impresa que desarrollará durante toda su vida. A finales de años 1950 expuso con Antoni Tàpies, en una muestra conjunta en la Documenta de 1959 en Múnich. Ambos son los principales exponentes del arte informal español. En 1960 abandona el uso exclusivo del blanco y negro en la pintura al óleo y comienza diversas series de carácter acumulativo y repetitivo que realiza sobre papel. A partir de 1961 expone regularmente en la Galería Pierre Matisse de Nueva York. En 1965 destruye un centenar de sus lienzos. En 1967, traslada su residencia definitivamente a París, expone regularmente en la Galerie Stadler y en el último año de su vida en la Galerie Lelong

La mayor parte de la obra de Antonio Saura es figurativa y se caracteriza por el conflicto con la forma. Sus cuadros son expresivos y dan la impresión de ser obsesivos en su franqueza pictórica. Es un conflicto con un mundo lleno de contradicciones y falto de seguridad, en el que impera el pesimismo.
En 1997, Antonio Saura fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Castilla-La Mancha, la cual ha dado su nombre al edificio de la ciudad de Cuenca que alberga la Facultad de Bellas Artes. Su discurso de aceptación fue leido por su hija, la actriz Marina Saura.


VIDEOS SOBRE LA OBRA DE ANTONIO SAURA

ANTONIO SAURA HABLA SOBRE LA GENERACIÓN DEL 27
http://www.youtube.com/watch?v=jyhWnJ8i5QM&feature=related
ANTONIO SAURA EN LA GALERÍA ATLÁNTICA
http://www.youtube.com/watch?v=VUSPfw9DamE&feature=related
VIDEO SOBRE LA OBRA DE ANTONIO SAURA
http://www.youtube.com/watch?v=6a8tcoJi_tU




viernes, 5 de febrero de 2010

VIRUTAS DE MODERNIDAD: FERNANDO ZÓBEL ( I )


VIRUTAS DE MODERNIDAD: FERNANDO ZÓBEL (I)
por Fernando Clemot

Es una anécdota conocida, casi transformada en boutade, la forma en que Fernando Zóbel (Manila, 1924-Roma, 1984) llego a descubrir la estética que luego gobernaría toda su carrera artística. Se dice que el autor volvía de su estudio con una carpeta con sus pinturas cuando una fuerte tormenta caló por completo sus cuadros. Al llegar a su casa, en la visión de esas pinturas emborronadas por el agua percibió la magia de aquellas nuevas formas resultantes, difusas, suaves en el trazo pero a la vez creadoras de una sugerencia violentísima. De aquel percance surgió la idea que aquel era el camino a seguir para consolidar una obra con una coherencia propia.
Foto: Jardín seco. Zóbel.
Sería ridículo reducir su búsqueda a este detalle, significativo por lo gráfico, pero anécdota al fin y al cabo. Es muy posible que tengan mucho más que ver en la consolidación de su estilo inconfundible su vocación ineludible y la influencia de Rothko y Pollock que esa archifamosa tarde de lluvia.

Zóbel entraría en contacto con las nuevas tendencias que al acabar la guerra incendiaban la pintura norteamericana tras acabar sus estudios en Harvard, en 1946, de la mano de Red Champion y Jim Pfeufer, dos figuras clave en su formación y promoción artística en aquellos primeros años. Allí conoce lo que se ha dado en llamar el Boston Style y que influye de forma clara a sus primeras obras. Tras esa época de formación volvería a Filipinas donde sufre una crisis que le lleva incluso a destruir en 1953 buena parte de su producción. Son años en los que la vocación del pintor se debate con los negocios de la compañía familiar, Ayala y Compañía. Este choque entre la voluntad y el pragmatismo le llevará finalmente a una fuerte depresión en 1954. Ese mismo año decide dejar Manila y volver a Estados Unidos donde entra en la Rhode Island School of Design, donde descubrirá los trabajos de Mark Rothko. Queda impresionado por sus grandes masas de color y llega a la conclusión que él, como diseñador, podría realizar algo parecido usando únicamente la línea.
Con la conciencia de que ya tiene la base sobre la que quiere modular su obra vuelve a Manila en 1958 y entra en contacto con el experto en caligrafía china Chen Bing Sun, una influencia minimalista que nutrirá y enriquecerá una obra que empieza a definirse. En 1960 Zóbel se instala finalmente en España, abandona la compañía familiar y decide dedicar su tiempo únicamentea su vocación pictórica. De esa época es la serie “Saetas”, muy inspirada en la caligrafía oriental. A ésta le sigue la llamada “Serie negra” (1960-1964) que se caracteriza por la utilización del negro como único color en los lienzos. El retorno del color a los cuadros de Zóbel se produce en 1963-1964 influido por sus estancias cada vez más continuadas en Cuenca, donde se impregna de esa observación de la naturaleza y esencialismo en sus composiciones que dominarán buena parte de su obra hasta su muerte.

Otra serie que ocuparía a Zóbel en todos estos años es el inicio de su serie “Diálogos”, basada en la observación de los maestros pictóricos de todos los tiempos. Para la realización de esta serie visitaría buena parte de los principales museos en busca de su reinterpretación de los clásicos

No menos importante será la faceta de Fernando Zóbel como impulsor cultural. Desde 1955 el pintor se había interesado por el trabajo de los pintores españoles pero no sería hasta su llegada en 1960 cuando su figura desarrolla la necesaria función de catalizador del movimiento abstracto español. Ayudado por Gustavo Torner y Gerardo Rueda consigue que el Ayuntamiento de Cuenca les ceda parte del recinto de las Casas Colgadas para crear en 1966 el Museo de Arte Abstracto Español, que en pocos años se convertiría en una referencia a nivel europeo y mundial.

Imagen de Pippermint frappé ( C. Saura, 1967) filmada en parte en el Museo de Arte Abstracto

En las colecciones del museo (que desde 1980 adquiere la Fundación Juan March) hay una representación inigualable de las principales tendencias abstractas españolas de aquellos años:
-El grupo El Paso (1957-1960) al que pertenecer Millares, Saura, Fiero, Canogar, Chirino y Rivera.
-Dau al Set (1948-1953) en el que destacan Tàpies y Cuixart.
-Los artistas valencianos Eusebio Sempere y Amadeo Gabino dentro del grupo Parpalló ( 1957-1961)
- El grupo de escultores y pintores vascos entre los que destacan Chillida, Oteiza y Barrenechea y que formaría el grupo Gaur ( 1966-1970)

Pasados más de veinticinco años desde su muerte la figura de Fernando Zóbel (como pintor y promotor museístico) sigue siendo decisiva para entender el arte abstracto español de los últimos cincuenta años

ENLACES
Artículo en el diario El País ( octubre de 2009)
http://www.elpais.com/articulo/cultura/vuelta/mundo/Fernando/Zobel/elpepicul/20090326elpepicul_6/Tes

Audio sobre programa en Rne sobre la figura de Fernando Zóbel ( 2009)
http://www.ivoox.com/pintor-fernando-zobel-documentos-rne-audios-mp3_rf_195896_1.html

Web oficial de Fernando Zóbel
http://www.fernandozobel.com/home.htm

jueves, 4 de febrero de 2010

NÚMERO 3 DE 0'9 LA REVISTA CULTURAL DE ELDÍGORAS




NUEVO NÚMERO DE 0'9, LA REVISTA CULTURAL DE ELDÍGORAS

Ha aparecido el tercer número de 0'9, la revista cultura de Eldígoras. La revista recoge en cada número 9 colaboraciones enlazadas dentro de los diversos campos del arte y la literatura. En el apartado de narrativa el enlace comenzó con Fernando Clemot, lo siguió Ricardo Menéndez Salmón y en este número lo continúa Juan Carlos Márquez. El siguente autor enlazado será Matías Candeira. Otros artistas que colaboran en este número son Álex Chico, Juan Salido-Vico, Lucas Marín, Óscar Sancho Nin, Silvia Teijeira, Cristina Morano y Edgard Berendsen.

miércoles, 3 de febrero de 2010

ARTÍCULO DE NOEMÍ MONTETES SOBRE LA GENERACIÓN AFTERPOP


UNA REFLEXIÓN SOBRE LA NARRATIVA DE LA “GENERACIÓN AFTERPOP”

La literatura actual interesa. Interesa mucho. Para comprobarlo, no hay más que asomarse a los últimos números de las principales revistas culturales de este país, así como a sus suplementos literarios más destacados, sin olvidar, por supuesto, el eco inmediato que un asunto tan candente encuentra en los blogs –o en las bitácoras, como prefiere la RAE- más concurridos. Y es que cómo nos gusta polemizar, canonizar, subir y bajar del pedestal a unos y a otros a golpes de crítica enfervorizada y/o desafortunada. El mundo cambia demasiado deprisa, las generaciones, los gustos literarios tienden a sucederse con excesiva celeridad: todavía no se ha bajado una del podio que ya pugna otra por sucederla. ¿Qué es lo que ocurre? O planteémoslo de un modo distinto, quizá más acertado: ¿es esto realmente lo que está sucediendo?
Veamos lo que ocurre en el campo de la narrativa. Recientemente, al calor de la aparición de dos obras especialmente fundacionales, se ha fraguado un nuevo marbete, la llamada “generación nocilla” o “generación afterpop”. Las dos obras en cuestión son la novela Nocilla dream, de Agustín Fernández Mallo (Candaya, 2006), y el ensayo Afterpop. La literatura de la implosión mediática, de Eloy Fernández Porta (Berenice, 2007). Pero nos equivocaríamos si pensásemos que estamos ante una tendencia que acaba de empezar, porque no es así, ya que muchos de los autores que forman parte de este grupo fundacional ya hace la friolera de una década que andan haciendo sus pinitos en el mundo de las letras, e incluso algunos de ellos –el “grupo de Barcelona”, por ponernos academicistas- se conocen desde bastante antes de esa fecha. ¿Y quiénes lo constituyen? La nómina es amplia. Entre los que se han ido añadiendo desde sus inicios hasta el día de hoy podemos contar con –por orden cronológico- los siguientes: Germán Sierra (1960), Juan Francisco Ferré (1962), Agustín Fernández Mallo (1965), Montero Glez (1965), Julián Rodríguez (1968), Manel Zabala (1968), Vicente Luis Mora (1970), Javier Fernández (1970), Doménico Chiappe (1970), Lolita Bosch (1970), Josan Hatero (1970), Mercedes Cebrián (1971), Kiko Amat (1971), Hernán Migoya (1971), Gabi Martínez (1971), Héctor Bofill (1973), Álvaro Colomer (1973), Javier Calvo (1973), Isaac Rosa (1974), Eloy Fernández Porta (1974), Milo Krmpotic (1974), Mario Cuenca Sandoval (1975), Harkaitz Cano (1975), Jorge Carrión (1976) y Robert Juan-Cantavella (1976). Y es probable que me deje algún nombre en el tintero.
De hecho, por lo que se refiere a Eloy Fernández Porta (quien no sólo ejerce de creador sino también de crítico de cabecera –últimamente se ha sumado a este doble papel Vicente Luis Mora-), conviene aclarar que el citado Afterpop no es el primer ensayo que publica en formato libro en el que trata de dar carta de naturaleza a las directrices estéticas del grupo. En 2004 editó la antología de relatos Golpes. Ficciones de la crueldad social, en cuyo prólogo esbozaba una teoría programática en la que, entre otros aspectos, sostenía que convenía un cambio por la vía del realismo social más violento y áspero. No obstante, su apuesta más ambiciosa hasta el día de hoy es la propuesta en Afterpop, donde propone integrar la estética poppy, la cultura de masas y de los medios de comunicación –no en vano esta última generación de autores es la más familiarizada con la world wide web, los blogs, los audiovisuales, las nuevas formas de expresión y manifestaciones artísticas más punteras e iconoclastas, la publicidad, los cómics, el ciberpunk, el videoarte y un largo etcétera-, con la cultura más académica y erudita. Y todo ello expuesto con un punto de ironía y un mucho de imaginación que convierte este ensayo en un libro de referencia si queremos adentrarnos por las sendas de esta nueva narrativa.
Pero retomemos el hilo de las preguntas aventuradas unos párrafos más arriba: ¿nos encontramos realmente frente a una generación? Y si es así: ¿asume esta algo tan propio de toda generación emergente, como es intentar derribar del pedestal a la anterior? La respuesta nos llevaría muy lejos, a replantearnos cada cuánto se sucede una generación, pero lo cierto es que desde que lo estableciese Petersen ha llovido mucho y el tiempo corre ahora mucho más deprisa que entonces. Por otro lado, en realidad estos autores no se están enfrentando contra escritores mucho mayores, sino prácticamente coetáneos (los que se dieron a conocer hace aproximadamente diez o quince años –en los noventa- tienen aproximadamente su edad o se llevan con ellos apenas cinco años); es decir: para alcanzar una cierta notoriedad no van a tener que matar al padre, sino, en todo caso, al hermano mayor.
Pero, además, a la hora de analizar las relaciones entre este grupo de escritores más o menos inéditos de veinte y pico a cuarenta años, y el medio en el que surgen, conviene tener presentes ciertas cuestiones, como por ejemplo: ¿de qué salidas disponen o qué deben hacer a la hora de darse a conocer, ante la existencia de un mercado saturado de novedades de todo tipo en el que continúan publicando con éxito autores de treinta y pico hasta más de ochenta años, todos ellos reconocidos por crítica y público? ¿En un país, además, con los principales premios literarios copados –porque en lugar de aventurarse a descubrir talentos prefieren vender ejemplares, de modo que apuestan sobre seguro, a caballo maduro y ganador-? ¿Y en el que, en fin, las editoriales no suelen arriesgar en exceso con los autores noveles? Pues hacer aquello a lo que durante décadas se han dedicado los escritores jóvenes desde que el mundo es mundo, con escasas variaciones: sólo hace falta echar un poco la vista atrás para darse cuenta. Pongamos un ejemplo de lo más básico: los señoritos del 27 no dudaron en sacar a la luz sus textos en diversas revistas que apenas duraban uno o dos números -aunque también colaboraron en algunas que alcanzaron una mayor vida-; con la excusa del homenaje a Góngora montaron un acto-reunión generacional que daría carta de identidad al grupo en el salón de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, en Sevilla (porque no pudo celebrarse en el Ateneo, por mucho que todo el mundo se obstine en citarlo mal); y, finalmente, para acabar de rizar el rizo, Gerardo Diego publicó la célebre antología Poesía española contemporánea (1932 y 1934) (hubo más actos, más encuentros, así como manifiestos, pero los acontecimientos decisivos e históricos por excelencia fueron estos).
Con diversas variantes, a lo largo de las décadas posteriores, nos encontramos con que la única salida que le resta a todo escritor novel que pretende hacerse visible (en un momento en el que la generación literaria anterior todavía se halla en la cresta de la ola) consiste en aliarse con otros tantos en su misma situación, con los que presente una serie de similitudes estéticas –y generalmente con los que mantenga una relación de amistad-, y con los que finalmente se apreste a fundar una revista, suscribir un manifiesto, organizar un acto generacional, promocionar una antología poética o, en su defecto, un ensayo de cabecera que les otorgue carta de naturaleza… Con variaciones, esto es lo que de nuevo encontramos –siguiendo el hilo de la historia de la literatura española-, en generaciones posteriores al 27, con escritores más o menos reunidos alrededor de revistas como Espadaña, Cántico, Postismo o tantas otras; antologías como la de Ribes o las diversas de Castellet; encuentros como el de Coulliure –y su fotografía histórica-; o ensayos como el de Carme Riera –y su fotografía histórica-…
Y ahora trasladémonos al grupo que nos ocupa: ¿acaso –salvando las debidas distancias históricas- no podemos trazar un plano de exactas simetrías? Si –por poner uno de los muchos ejemplos que la historia literaria nos brinda- los señoritos del 27 fundaron sus propias revistas efímeras para poder autopublicarse, este grupo dispone también de sus propias plataformas críticas: en un inicio Lateral, más tarde The Barcelona Review, después Quimera, y, por descontado, el mundo de los blogs –especialmente el de Vicente Luis Mora, aunque cabe destacar también el reciente www.generacionnocilla.blogspot.com-. El equivalente a la “foto de familia” del homenaje a Góngora del 27, o del homenaje a Machado del 50, vendría a ser el Congreso de Narrativa Última NEO3, que organizó el Círculo Lateral en marzo de 2007 -aunque anteriormente había habido un encuentro de nuevos narradores en la Fundación Torrente Ballester en abril de 2004, seguido del Festival Kosmópolis en 2005, el encuentro organizado por el Instituto Cervantes de París en febrero de 2006 y, finalmente, en junio de 2007 tuvo lugar un nuevo encuentro en Sevilla-. Las distintas antologías fundacionales –léase las de Ribas, Castellet, etcétera- presentan su correlato en el primer Almanaque cult-fiction, coordinado por Javier Calvo en 1999, o la citada antología de relatos Golpes, editada por Fernández Porta. No olvidemos el libro fundacional, crucial, que da carta de identidad al grupo –al modo de Poesía española contemporánea, o La Escuela de Barcelona, por poner dos ejemplos en cuanto a la no muy lejana historia de la literatura se refiere-, que en este caso sería Afterpop, aunque también deberíamos incluir los diversos ensayos de Mora, especialmente Singularidades (Bartleby, 2006), y La luz nueva (Berenice, 2007). Lo curioso es que, en el caso de este grupo de narradores, han sido el llamativo título de la novela más exitosa –la afamada Nocilla dream, de Fernández Mallo, que ha obtenido los plácemes de crítica y público-, así como el del ensayo más carismático, Afterpop, los que han acabado denominando al grupo –“generación nocilla” o “generación afterpop”-. No debe sorprendernos: los neologismos o las palabras excéntricas en títulos importantes suelen quedarse grabadas con facilidad en el imaginario colectivo, como también sucedió con los novísimos.
Y así, una vez conocidos, una vez “lanzados al estrellato” como tal grupo, habiendo conseguido por fin su ración de pastel del mercado publicitario y editorial ¿qué es lo que tocaba seguidamente? Lo de siempre, por supuesto. Renegar de la existencia de tal grupo, negar la existencia de generaciones. No seré yo, por supuesto, quien las defienda, bien al contrario, y en mucha menor medida en las últimas décadas, que si por algo se caracterizan es justamente por la diversidad, la transversalidad, la pluralidad y la heterogeneidad de las propuestas artísticas, de tal modo que han llegado a influirse entre sí autores de muy distintas edades y concepciones estéticas. Lo que ocurre es que resulta más que sospechoso que siempre, sin excepción, cuando por fin el grupo consigue hacerse el hueco deseado tanto en el mercado editorial como en los medios de comunicación, a base de batallar por él con esfuerzos ímprobos, de repente sus componentes renieguen de su adscripción al mismo y defiendan su individualidad a ultranza. Se podría argumentar que se trata, al fin y al cabo, de una condición propia del ser humano escritor: ir quemando etapas, madurar, singularizarse, dar los primeros pasos dentro de un grupo y proseguir el camino siguiendo una línea más personal. Lo curioso, no obstante, es que ese punto de inflexión siempre se dé, indefectiblemente, en el momento en el que el individuo logra la fama per se, y raramente antes, o después (un ejemplo muy claro lo tenemos en Valente, quien una vez logra el reconocimiento de modo particular, tratará por todos los medios de desligarse de la generación del 50). Algo análogo sucede en la actualidad con estos escritores. O, al menos, con los más conocidos, los que han firmado para las editoriales más importantes, colaboran en las revistas o suplementos más destacados, y por ello pueden prescindir del abrigo de un grupo. De nuevo, la historia se vuelve a repetir. Como tantas veces.
Pero dejemos estos puntos y pasemos a analizar otros que, por descontado, revisten un interés muchísimo mayor, como son sus presupuestos estéticos. Ya hemos apuntado los defendidos por Fernández Porta en Afterpop, pero ¿cómo se concretan en las obras narrativas de estos autores? Llama la atención la agresividad con que formulan sus iniciativas –no olvidemos el título de la antología de relatos de este último, Golpes-. Así, subraya Javier Calvo que esta generación “es una energía y una actitud, y también un insulto al sistema. Esa es la verdadera diferencia con proyectos literarios anteriores (…) desprecio al mercado, histeria teorizante, provocación, histrionismo y amor por la controversia” (Cultura/s, 12-9-07), para más tarde subrayar su mesianismo y egolatría. Desde luego, audacia y orgullo no les falta: no dejan de autocitarse y darse autobombo entre ellos a poco que se les presenta la ocasión, en claro afán de autodefensa colectiva. Estarán en contra del nombre impuesto desde fuera y del concepto de generación, pero lo cierto es que se desenvuelven como una guarnición dispuesta a todo y contra todos.
Otro de los aspectos medulares, que todos ellos insisten en subrayar, se refiere a la importancia capital de las nuevas tecnologías, el mundo audiovisual, el lenguaje televisivo, las redes virtuales, los iconos de la realidad cinematográfica y publicitaria; es decir, hasta qué punto esos referentes han modificado los símbolos de la realidad vital vigente y condicionan de modo inexorable la nueva manera de plasmar el arte a comienzos del siglo XXI. Sin vuelta atrás. Lo que ocurre es que, a la hora de plasmar esos avances –visuales, auditivos, sensitivos, al fin y al cabo- y expresarlos con recursos literarios –a la postre, los instrumentos de los que no tiene más remedio que valerse el escritor, por mucho que pretenda “insultar al sistema”-, lo cierto es que finalmente el lector avezado se da de bruces con unos textos que, al margen de su calidad literaria –en algunos casos notable-, no pasan de ser una nueva reelaboración de la herencia de las vanguardias. Con la novedad que supone la incorporación de las nuevas tecnologías, por supuesto, pero sin mayores avances estéticos que los meramente argumentales.
Así, esta generación es heredera directa tanto de las vanguardias de principios del XX como de la generación novísima de los años setenta. Los afterpop –como todos los jóvenes contemporáneos suyos- se sienten atraídos por el mundo de la tecnología y por todo el vasto universo de posibilidades que esta les brinda; paralelamente, los vanguardistas se sintieron seducidos por las máquinas, las fábricas, las ciudades, los objetos fruto de los nuevos avances técnicos. De igual modo -como proponía Ortega en La deshumanización del arte y en El arte de la novela-, los vanguardistas abanderaron la intrascendencia del arte, la estética lúdica, el lenguaje paródico, la ironía verbal, la defensa de un estilo autorreferencial, autotélico, una serie de preceptos que son igualmente defendidos por los afterpop, quienes también abanderan los mecanismos conceptuales inherentes a la vanguardia y, siguiendo a Ortega -les guste o no-, dejan de lado la narratividad y el desarrollo en profundidad de los personajes –algunos de ellos, que no todos: componen un grupo demasiado numeroso como para respetar los mismos parámetros formales al alimón- y apuestan por valores como la fragmentariedad del discurso, la multidisciplinariedad y el experimentalismo.
Son postulados que singularizaron la estética de los años veinte y también la de mediados de los sesenta y primeros setenta. En este último caso los narradores y poetas no sólo tendieron puentes hacia las vanguardias históricas españolas –así como hacia los movimientos minoritarios o autores marginales que después de ellas las siguieron enarbolando como enseña estética en el erial realista-, sino que renunciaron a la tradición española anterior a ellos con escasas excepciones, y viraron su punto de mira hacia la literatura americana y europea contemporánea e incluso a los clásicos europeos y de la Antigüedad allende nuestras fronteras. Por no mencionar la atracción hacia las estéticas pop y camp, el jazz, los cómics, la televisión, la publicidad, o por los mitos emergentes de la cultura popular.
Todo ello quedó reflejado en sus textos, mediante el empleo de recursos como la fragmentariedad, el conceptualismo, la mezcla de todo tipo de discursos y voces narrativas, el experimentalismo, el desprecio por la narratividad y la creación de personajes –pero no siempre- en beneficio de la consagración del lenguaje como el protagonista indiscutible… Sin muchas diferencias, o, mejor dicho, con el añadido de los últimos avances tecnológicos en el caso de los afterpop –un añadido que tampoco viene a agregar un enorme avance estético en la calidad de los textos-, las obras de los autores de esta generación, en el fondo, no hacen sino sumarse a la tradición de la ruptura, según definición de Octavio Paz. Si es que se puede hablar de ruptura, algo que, francamente, después de todo lo expuesto, cabe poner bastante en entredicho.
Exponía recientemente Fernández Mallo (Cultura/s, 26-9-07) que una de las bases de la nueva estética es la hibridación de géneros. Indicaba que ese recurso no consistía en un mero retorno a los modelos de los años veinte o sesenta –si bien, a todo esto, cabría puntualizar que la fusión de géneros comenzó a darse en la época romántica y se generalizó en el modernismo-, pero que en la época actual constituye un paradigma distinto: si antes se creaba desde el conocimiento, ahora se hace desde la información. Mora por su lado apunta que se parte de la visualización para llegar, después, a la escritura. A los comentarios de ambos autores se debería añadir: el punto de arranque puede ser distinto, pero ¿el resultado también lo es? Porque será importante el proceso, pero lo realmente significativo es su conclusión.
Pero no me interpreten mal: con toda esta batería de razones si algo no pretendo es demostrar que nos encontramos ante un bluf. No es eso, ni mucho menos. Trato, simplemente, de encuadrar a estos narradores en el lugar que les corresponde, y subrayar que no precisan emplear un talante agresivo, enarbolar banderas tecnológicas o neologismos identitarios para ser mejores escritores. No lo necesitan. Y porque como se descuiden, como se apliquen más en épater y en singularizarse que en preocuparse por escribir bien van a entrar a formar parte, como mucho, de los movimientos literarios, pero no de la Literatura.
Hace tan sólo unos días apareció el dossier “Nuevas tecnologías narrativas” –coordinado por Mora, precisamente- en la revista Quimera (nº 290, enero de 2008). Me llamó especialmente la atención una frase de Ricardo Menéndez Salmón –autor que, aunque se le ha relacionado por edad con este grupo, no comparte preceptos estéticos con ellos-: “hoy el escritor, para derrocar la dictadura de la imagen, debe crear imágenes más poderosas que aquellas captadas por nuestros ojos y por sus prótesis tecnológicas”. Quizá ahí esté el quid, no sólo de la salida hacia delante de estos autores, sino del futuro de la literatura en el siglo XXI, y no me extraña haberla leído en un autor de su exigencia. Porque al fin y al cabo, conceptos y técnicas como los que desgranaba didácticamente Borrás en el artículo sobre lo que denomina “lit(art)ure” y que se incluía en la citada revista no describen más que instrumentos tecnológicos, pero dejan de lado la literatura. No son más que prótesis. A día de hoy, no lo olvidemos, socialmente, estadísticamente, la imagen siempre ganará la batalla a la escritura, el audiovisual aventajará a la palabra. Se pueden aplicar al texto sus recursos para enriquecerlo, pero no para subordinarlo a él, porque el texto siempre habrá de quedar en inferioridad de condiciones. Será preciso, por tanto, para impedir el avance inexorable del mundo audiovisual, para que este no elimine o fagocite al verbal, que crear, con la fuerza del lenguaje como motor principal –sin ortopedias tecnológicas- imágenes escritas inmortales.
Obviamente, Mora, como teórico, estará en desacuerdo conmigo, al menos a tenor de lo que sugiere en La luz nueva: que la realidad actual no puede sustraerse de ser narrada bajo el prisma del nuevo enfoque tecnológico, audiovisual y de los mass media, que aquellos que continúan creando desde los supuestos habituales –a los que él denomina “tardomodernos”, y que son la amplísima mayoría de nuestros narradores-, están francamente demodés, y que, por tanto, se precisa un urgente cambio de rumbo estético que contemple esta nueva realidad palpable socialmente en el ámbito de la creación literaria. La cuestión es: ¿esta mudanza es realmente tan precisa, irreversible y, por otro lado, absolutamente estructural?
Subraya Mora – esta vez con gran acierto-, al principio del citado ensayo La luz nueva, que en la actualidad el ciudadano común dispone de poco tiempo para dedicarle a la lectura, y que en ese tiempo escaso no se le debe procurar literatura de evasión, porque ya se ha evadido suficientemente (?) el resto de la jornada. A esta afirmación de Mora cabría añadir: ¿y no han pensado estos mismos teóricos y narradores, siguiendo el mismo procedimiento lógico, que un ciudadano del siglo XXI, bombardeado hasta la extenuación por los medios de comunicación, la tecnología audiovisual y la publicidad, que ese hipotético lector –notre semblable, notre frère- no está esperando, cuando finalmente se sienta a leer una obra literaria, encontrar –más allá de que en ella puedan reflejarse de manera secundaria los aspectos destacados por Mora o Fernández Porta-, determinados valores, imágenes, conceptos e ideas que los trasciendan, que buceen en la esencia de aquello que, desde el inicio de los tiempos, convierte una obra en universal? Aquello indefinible que le conmocione, le altere por dentro de modo irreversible, golpeándole en el estómago, como quería Kafka.
Llegados a este punto, la estética elegida viene a ser lo de menos. Los versos de César Vallejo –probablemente el mejor poeta hispanoamericano del siglo XX- sacuden al lector con una fuerza similar si son de su primera época, más modernista, como si opta por el vanguardismo o se decanta por la poesía de combate ¿Por qué? No sólo por su aguda exigencia estética constante desde sus inicios, sino porque en ellos aletean los universales humanos: el dolor y la muerte, el ser del hombre, la madre, la divinidad, el tiempo, el amor, el hambre, la angustia, la realidad descoyuntada, la guerra, la dialéctica entre el bien y el mal, la reflexión sobre el lenguaje. Con escasas excepciones, son los argumentos de todas las obras literarias desde Homero hasta la actualidad: la diferencia estriba en la manera de tratar esos temas, cómo logran calar tanto en el ámbito emotivo como en el estético-intelectual del lector. Conjugar ambos es un arte de seducción y de talento que, pretender defender que dependa de la inclusión de una serie de elementos tecnológicos para volverlo más afín a los tiempos que corren me parece francamente baladí. Una obra será estéticamente válida o dejará de serlo independientemente de ello. Nocilla dream, de Agustín Fernández Mallo, es una buena obra, por tanto, independientemente de haber sido escrita siguiendo los cánones de esta corriente. Valga este fragmento como ejemplo, su capítulo 93:
No existe espacio si no existe luz. No es posible pensar el mundo sin pensar la luz (lo dijo Heráclito, lo dijo Einstein, lo dijo el Equipo-A en el capítulo 237, lo dijeron tantos). Y sin embargo dentro de cada cuerpo todo es oscuridad, zonas del Universo a las que la luz jamás tocará, y si lo hace es porque está enfermo o descompuesto. Asusta pensar que existes porque existe en ti esa muerte, esa noche para siempre. Asusta pensar que un PC está más vivo que tú, que adentro es todo luz.

Noemí Montetes-Mairal, Universidad de Barcelona
Artículo aparecido en la revista Paralelo Sur, número 6, en octubre de 2008.

AFTERHUMO: ARTÍCULO DE FERNANDO VALLS EN EL BLOG "LA NAVE DE LOS LOCOS

AFTERHUMO

Ahora que los nocillas, mutantes o medradores, nombre este último que describe mejor que ningún otro sus aspiraciones, han logrado colocar narraciones en editoriales importantes (Alfaguara, Anagrama y Seix Barral, nada menos), y empiezan a tener un cierto respaldo de críticos serios (o sea, que no son sólo ellos mismos los que se intercambian desmesurados elogios, como ocurría hasta ahora), llegan tres escritores reconocidos: Almudena Grandes, Javier Cercas ("Narradores sin límites") y Javier Marías, y les dan un repaso de campeonato...

Para leer el artículo acceder a La nave de los locos: